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martes, 7 de junio de 2016

Enemigo íntimo - Autor: ANTONIO GALA

Hay tardes en que todo
 huele a enebro quemado
 y a tierra prometida.
 Tardes en que está cerca el mar y se oye
 la voz que dice: "Ven".
 Pero algo nos retiene todavía
 junto a los otros: el amor, el verbo
 transitivo, con su pequeña garra
 de lobezno o su esperanza apenas.
 No ha llegado el momento. La partida
 no puede improvisarse, porque sólo
 al final de una savia prolongada,
 de una pausada sangre,
 brota la espiga desde
 la simiente enterrada.
En esas largas tardes
en que se toca casi el mar
 y su música, un poco
 más y nos bastaría
 cerrar los ojos para morir. Viene
 de abajo la llamada, del lugar
 donde se desmorona la apariencia
 del fruto y sólo queda su dulzor.
 Pero hemos de aguardar
 un tiempo aún: más labios, más caricias,
 el amor otra vez, la misma, porque
 la vida y el amor transcurren juntos
 o son quizá una sola
 enfermedad mortal.
Hay tardes de domingo en que se sabe
 que algo está consumándose entre el cálido
 alborozo del mundo,
 y en las que recostar sobre la hierba
 la cabeza no es más que un tibio ensayo
 de la muerte. Y está
 bien todo entonces, y se ordena todo,
 y una firme alegría nos inunda
 de abril seguro. Vuelven
 las estrellas el rostro hacia nosotros
 para la despedida.
 Dispone un hueco exacto
 la tierra. Se percibe
 el pulso azul del mar. "Esto era aquello".
 Con esmero el olvido ha principiado
 su menuda tarea...
Y de repente
 busca una boca nuestra boca, y unas
 manos oprimen nuestras manos y hay
 una amorosa voz
 que nos dice: "Despierta.
 Estoy yo aquí. Levántate". Y vivimos.

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