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miércoles, 26 de agosto de 2015

Alfombra marroquí

Un tira y afloja por el precio y un significativo apretón de manos...
 
Creo que mi error fue decirle que lo iba a pensar, que estaba interesado.Durante los siguientes cuatro días fue una enseñanza enfrentar el cruce de esta plaza tan conocida de la ciudad de Marrakech, Marruecos.
Había llegado aquí en una espléndida tarde primaveral y el sol todavía calentaba e iluminaba la Medina (barrio antiguo). La brisa templada me acariciaba el rostro y podía sentir el aroma de las especias y de la tierra. Tenía planeadas diferentes entrevistas por las cuales iba a aprender los rasgos más importantes de la cultura marroquí.
Claro que algunas se aprenden de una manera muy especial. No bien dejé el equipaje en el hotel, bajé rápidamente para comenzar una primera caminata exploradora del lugar. Rodeada en parte por una serie de murallas y bastiones de tierra, la Medina es el verdadero corazón de la ciudad y su ventrículo más importante es la plaza Jemaa el Fna.
La plaza es el punto de reunión indiscutido de la ciudad, uno de sus mercados más importantes y sitio de venta ambulante milenaria. Desde aquí sale una cantidad indescriptible de callejones y callejuelas que forman un laberinto.
Dada la hora, la plaza se iba llenando de comerciantes locales: vendedores de especias, frutas y vegetales y utensilios, acrobatas, niños que ofrecen chucherías, amén de la cantidad de puestos que ofrecen lo más variado de la cocina marroquí.
De la amplia oferta exhibida en los puestos, uno de ellos me llamó la atención, pequeño, colorido y lleno de maravillosas alfombras. Debo decir que, aunque parezca mentira, siempre que veo uno de estos puestos tengo que parar y mirar detalladamente qué es lo que tienen.
Un minuto después de hurgar entre las alfombras una figura se paró detrás de mí, tosió para llamar mi atención y al darme vuelta me regaló una ancha sonrisa.
Después de las preguntas típicas de cortesía y sin falta de iniciativa comenzó a mostrarme él mismo sus productos y alabar con demasía la calidad e idoneidad en materia de precio de algunas de ellas. Para ser completamente honesto debo decir que la mayoría eran olvidables, muchas normales y unas pocas verdaderamente excepcionales.
Al captar la belleza de una y señalarla, vi cómo sus ojos brillaron y ahí mismo comenzó la negociación. Tira y afloja con el regateo, no nos poníamos de acuerdo. Ya cansado por el viaje y la llegada, decidí darle final a esto y concluir. Con cara dolida me preguntó rápidamente si me había ofendido y si realmente estaba interesado en ella. Le agradecí su hospitalidad y expresé mi interés y mi necesidad de reflexionar sobre la compra. Le dije que me quedaría los próximos días en un hotel cercano y ya habría chances de realizar la transacción. Lo único que quería era volver al hotel y descansar. Con gesto pícaro me extendió la mano y me aseguró que la guardaría para mí. Nos saludamos con un fuerte apretón de manos.
Durante los siguientes cuatro días, cada vez que pisaba la plaza escuchaba mi nombre a los gritos y lo veía acercarse cargado con la alfombra. Cuatro días en los que pacientemente el hombre se acercó y habló, en los que me invitó a un té en su puesto sin posibilidad de declinar la invitación. Cuatro días en los que no me dio tregua.
Al contar en el hotel la curiosa relación establecida se empezaron a reír casi con ternura. Las preguntas cayeron como un rayo: ¿Le dijiste que estabas interesado y que la querés, que vas a pensar un poco el precio?¿Se dieron la mano? Sí, fue mi escueta respuesta. Entonces cerraste la operación, me aclararon, y continuaron riéndose.
Hoy es la alfombra que recibe a los invitados en mi casa...

Fuente: Iván de Pineda, para Revista La Nación, Buenos Aires, Argentina

(Jorge L. Icardi, Reportero Internacional...

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